Derechos que suenan en Mali: música, comunidad y memoria

En este artículo

El conocimiento como herramienta

Llegar a Mali fue un privilegio, un sueño cumplido. Un encuentro con una realidad que me atravesó de muchas maneras, con una cultura que vibra en su propia frecuencia y con personas que me trataron con una generosidad difícil de describir.

Bamako, la capital, me recibió con un calor denso, con calles llenas de movimiento, con la arena del Sáhara atravesándome la piel y una energía muy viva. Es una ciudad que te enfrenta al contraste donde la belleza y la dureza conviven, y donde lo sencillo y lo complejo se dan la mano todo el tiempo.

Viajé para dictar algunos talleres sobre derecho de autor en la industria musical, dirigidos a estudiantes del Instituto Nacional de las Artes, del Conservatorio de Música, y a artistas, productores y managers.

La iniciativa fue liderada por la Fundación Voces y financiada por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo a través del programa ACERCA. Poder estar allí, compartiendo conocimientos y entregando herramientas útiles para la gestión de proyectos musicales, fue una oportunidad inmensa, pero, sobre todo, fue un espacio para aprender, para escuchar, para entender la potencia del arte en un país donde la música es mucho más que expresión: es identidad, resistencia y memoria.

En medio de todo eso, descubrí formas distintas de comunicarme. Cuando no hablas Bambara (uno de los principales dialectos del país) ni francés, aparece otro lenguaje: el de las miradas y los gestos. La sonrisa, el brillo en los ojos, la postura y las señas, fueron el lenguaje que me permitió decirles que los respetaba y admiraba, obteniendo como respuesta un canto, un baile y una sonrisa todavía más grande.

Conocí artistas con un talento inmenso, con una consciencia clara de su papel en la sociedad. Escuché debates y reflexiones que se están dando ahora mismo en muchas otras capitales del mundo.

Evidencié un liderazgo femenino fuerte y eso me parece muy potente, mujeres que sostienen comunidades enteras, que educan, crean, organizan y mantienen viva la tradición, pese a sistemas que, también, consciente o inconscientemente, las invisibilizan y que las circunscriben a tareas del hogar.

Vi también a los distintos actores de la industria musical muy preparados en estos temas, con amplios conocimientos sobre derecho de autor y conexos, management y producción musical. Mostraban un gran interés por profundizar en la adecuada gestión de los derechos, en los desafíos que plantea la inteligencia artificial y en los problemas que aún representa la piratería. Hablaban, además, de los retos para alcanzar una calidad técnica óptima en el sonido y en las grabaciones, cuando muchas veces las condiciones tecnológicas y del entorno no son las idóneas, y de los caminos hacia una digitalización más efectiva de la música.

La fuerza de lo cotidiano

Preservar la historia, documentarla, protegerla y transmitirla a las nuevas generaciones es una tarea que muchos asumen con preocupación y vehemencia. También la búsqueda de una economía sostenible, de formas de vivir y de ir más allá de lo que pueda o no garantizar el Estado. Todo eso sucede en silencio, lejos de los reflectores, pero con una fuerza admirable.

Durante años nos han mostrado una imagen reducida y generalizada de África, pero la realidad es otra. Hay una profundidad social y cultural que merece ser contada con respeto. Y es que este continente no lo ha tenido fácil. Miles de personas viven historias que no han sido contadas, porque el valor del relato parece depender de dónde viene.

Es cierto que escasean el agua potable y la electricidad, el acceso a la salud y a la educación son un privilegio de pocos, y las condiciones mínimas de vida resultan esquivas. Pude ser testigo de una realidad que comenzó hace un par de meses, pero que los atraviesa profundamente: la escasez de gasolina, a consecuencia del conflicto, está generando una cadena de dificultades que se traducen en más angustia, impotencia y pobreza.

Transité por calles completamente oscuras, donde solo la luz de un coche, una moto o un restaurante marcaba la ruta a seguir. Vi filas interminables de vehículos —coches, camiones, buses y motos— esperando la llegada de un camión cisterna que los abasteciera, lo que ha provocado un aumento en los precios del transporte y de los alimentos, y desencadena problemas que refuerzan la brecha de desigualdad.

En medio de la oscuridad, otra realidad subyace. Calles llenas de movimiento, de sonidos, de sonrisas; la vida social es intensa, se siente en cada esquina, en el mercado, en las conversaciones, en la música.

Me encontré, de repente, en un país intenso, donde puedes sentirte tan abrumada como tranquila. Un lugar en el que la desigualdad se hace evidente, donde la base de la pirámide está muy lejos de su cima, y eso te permite ver un abismo de injusticia e inequidad que, a veces, resulta desolador, frustrante y poco esperanzador. Pero incluso allí, en medio de esa distancia, persiste una energía vital que no se apaga: la de un pueblo que resiste, crea y sueña.

Y, entre esa intensidad que lo envuelve todo, aparecen gestos cotidianos que lo llenan de sentido: pequeños rituales que hablan de comunidad, de pausa, de humanidad. Presencié cómo ritualizan el compartir el té y una conversación en las calles, a 38 grados de temperatura y bajo el calor de la leña: la preparación de una bebida cargada de dulzura —en su forma más literal y figurada— y de aromas, que los llena de energía y que, a mi modo de ver, los convoca a recordarse que la vida sigue; que todavía hay espacio para la risa, para el encuentro y para la esperanza que nace del simple hecho de estar juntos.

Ver a mujeres y hombres vestidos con trajes típicos, coloridos y hermosamente confeccionados, fue una sorpresa inmensa. Cuando el Sáhara parece empeñado en imponer una sola tonalidad, surge de pronto una explosión de colores fuertes, intensos y alegres, que hablan de tradición, de identidad y de una dignidad que se lleva puesta.

La fuerza de las mujeres, los niños y las niñas se hace visible en la manera en que utilizan su propia cabeza para transportar todo tipo de elementos: comida, agua, objetos del día a día. Ese acto cotidiano los obliga a mantener el cuerpo erguido y a adoptar un caminar sincronizado, casi coreográfico.

Memoria y gratitud

¿Cómo explicar todo lo que quedó en mi memoria? No me alcanzan las palabras ni los calificativos para describir lo que atravesó mi cuerpo y mi corazón. Me fui de Mali profundamente agradecida con todas las personas que me acogieron, con los estudiantes que, gracias a la impecable traducción de mi compañera Laura Merín, quien hizo un esfuerzo enorme por comprenderme y transmitir con precisión cada idea, se mostraron atentos, curiosos e interesados en el mensaje que quería compartirles.

Gracias infinitas a Ana Cano de la Fundación Voces por la confianza y por invitarme a ser quien llevara este mensaje.

Gracias también a Doumbia, por acogernos, por presentarnos a tantas personas especiales y por acompañarnos durante toda la semana con tanta paciencia y cariño.

Gracias por recordarnos a través de los momentos vividos que la sencillez es abundancia.

Gracias, gente de Mali. On est ensemble” —estamos juntos.


Les droits qui résonnent au Mali :

musique, communauté et mémoire

Le savoir comme outil

Arriver au Mali a été un privilège, un rêve devenu réalité. Une rencontre avec une réalité qui m’a bouleversée à bien des égards, avec une culture qui vibre à sa propre fréquence et avec des personnes qui m’ont traitée avec une générosité difficile à décrire.

Bamako, la capitale, m’a accueilli avec une chaleur intense, des rues animées, le sable du Sahara qui me piquait la peau et une énergie très vive. C’est une ville qui vous confronte au contraste, où la beauté et la dureté coexistent, et où la simplicité et la complexité se côtoient en permanence.

Je me suis rendu sur place pour animer plusieurs ateliers sur le droit d’auteur dans l’industrie musicale, destinés aux étudiants de l’Institut national des arts, du Conservatoire de musique, ainsi qu’aux artistes, producteurs et managers.

Cette initiative était menée par la Fondation Voces et financée par l’Agence Espagnole de Coopération Internationale pour le Développement à travers le programme ACERCA. Pouvoir être là, partager mes connaissances et fournir des outils utiles pour la gestion de projets musicaux a été une chance immense, mais surtout, cela m’a permis d’apprendre, d’écouter, de comprendre le pouvoir de l’art dans un pays où la musique est bien plus qu’une forme d’expression : c’est une identité, une résistance et une mémoire.

Au milieu de tout cela, j’ai découvert différentes façons de communiquer. Quand on ne parle ni le bambara (l’un des principaux dialectes du pays) ni le français, un autre langage apparaît : celui des regards et des gestes. Le sourire, l’éclat dans les yeux, la posture et les signes ont été le langage qui m’a permis de leur dire que je les respectais et les admirais, obtenant en réponse un chant, une danse et un sourire encore plus grand.

J’ai rencontré des artistes au talent immense, clairement conscients de leur rôle dans la société. J’ai entendu des débats et des réflexions qui ont lieu en ce moment même dans de nombreuses autres capitales du monde.

J’ai constaté un leadership féminin fort, ce qui me semble très puissant : des femmes qui soutiennent des communautés entières, qui éduquent, créent, organisent et maintiennent la tradition vivante, malgré des systèmes qui, consciemment ou inconsciemment, les rendent invisibles et les cantonnent aux tâches ménagères.

J’ai également vu que les différents acteurs de l’industrie musicale étaient très bien préparés sur ces questions, avec une connaissance approfondie du droit d’auteur et des droits connexes, du management et de la production musicale. Ils ont montré un grand intérêt pour approfondir la gestion adéquate des droits, les défis posés par l’intelligence artificielle et les problèmes que représente encore le piratage. Ils ont également évoqué les défis à relever pour atteindre une qualité technique optimale en matière de son et d’enregistrements, alors que les conditions technologiques et environnementales ne sont souvent pas idéales, ainsi que les voies vers une numérisation plus efficace de la musique.

La force du quotidien

Préserver l’histoire, la documenter, la protéger et la transmettre aux nouvelles générations est une tâche que beaucoup assument avec sérieux et ferveur. Il en va de même pour la recherche d’une économie durable, de modes de vie et de moyens d’aller au-delà de ce que l’État peut ou ne peut pas garantir. Tout cela se passe dans le silence, loin des projecteurs, mais avec une force admirable.

Pendant des années, on nous a montré une image réduite et généralisée de l’Afrique, mais la réalité est tout autre. Il existe une profondeur sociale et culturelle qui mérite d’être racontée avec respect. Car ce continent n’a pas eu la vie facile. Des milliers de personnes vivent des histoires qui n’ont pas été racontées, car la valeur du récit semble dépendre de son origine.

Il est vrai que l’eau potable et l’électricité sont rares, que l’accès à la santé et à l’éducation est un privilège réservé à quelques-uns et que les conditions de vie minimales sont difficiles à atteindre. J’ai pu être témoin d’une réalité qui a commencé il y a quelques mois, mais qui les touche profondément : la pénurie d’essence, conséquence du conflit, engendre une série de difficultés qui se traduisent par davantage d’angoisse, d’impuissance et de pauvreté.

J’ai traversé des rues complètement sombres, où seule la lumière d’une voiture, d’une moto ou d’un restaurant indiquait la route à suivre. J’ai vu des files interminables de véhicules — voitures, camions, bus et motos — attendant l’arrivée d’un camion-citerne pour les approvisionner, ce qui a entraîné une augmentation des prix des transports et des denrées alimentaires, et déclenché des problèmes qui renforcent les inégalités.

Au milieu de l’obscurité, une autre réalité se cache. Des rues animées, pleines de sons, de sourires ; la vie sociale est intense, on la ressent à chaque coin de rue, au marché, dans les conversations, dans la musique.

Je me suis soudain retrouvée dans un pays intense, où l’on peut se sentir à la fois submergé et apaisé. Un endroit où les inégalités sont évidentes, où la base de la pyramide est très éloignée de son sommet, ce qui permet de voir un gouffre d’injustice et d’inégalité qui, parfois, est désolant, frustrant et peu encourageant. Mais même là, au milieu de cette distance, il persiste une énergie vitale qui ne s’éteint pas : celle d’un peuple qui résiste, crée et rêve.

Et, au milieu de cette intensité qui enveloppe tout, apparaissent des gestes quotidiens qui lui donnent tout son sens : de petits rituels qui parlent de communauté, de pause, d’humanité. J’ai été témoin de la façon dont ils ritualisent le partage du thé et la conversation dans les rues, à 38 degrés et sous la chaleur du bois : la préparation d’une boisson pleine de douceur — au sens propre comme au figuré — et d’arômes, qui les remplit d’énergie et qui, à mon avis, les invite à se rappeler que la vie continue, qu’il y a encore de la place pour le rire, pour les rencontres et pour l’espoir qui naît du simple fait d’être ensemble.

Voir des femmes et des hommes vêtus de costumes traditionnels, colorés et magnifiquement confectionnés, fut une immense surprise. Alors que le Sahara semble déterminé à imposer une seule tonalité, surgit soudain une explosion de couleurs vives, intenses et joyeuses, qui parlent de tradition, d’identité et d’une dignité qui se porte.

La force des femmes et des enfants est visible dans la façon dont ils utilisent leur propre tête pour transporter toutes sortes d’éléments : nourriture, eau, objets du quotidien. Cet acte quotidien les oblige à garder le corps droit et à adopter une démarche synchronisée, presque chorégraphiée..

Mémoire et gratitude

Comment expliquer tout ce qui est resté gravé dans ma mémoire ? Les mots et les adjectifs me manquent pour décrire ce que mon corps et mon cœur ont vécu. J’ai quitté le Mali profondément reconnaissante envers toutes les personnes qui m’ont accueillie, envers les étudiants qui, grâce à la traduction impeccable de ma collègue Laura Merín, qui a fait un effort énorme pour me comprendre et transmettre avec précision chaque idée, se sont montrés attentifs, curieux et intéressés par le message que je voulais leur transmettre.

Un immense merci à Ana Cano de la Fondation Voces pour sa confiance et pour m’avoir invitée à être celle qui transmettrait ce message.

Merci également à Doumbia, pour nous avoir accueillis, pour nous avoir présenté tant de personnes spéciales et pour nous avoir accompagnés tout au long de la semaine avec tant de patience et d’affection.

Merci de nous rappeler, à travers les moments vécus, que la simplicité est synonyme d’abondance.

Merci, peuple du Mali. « On est ensemble ».

Imagen de Alejandra Echeverri Jaramillo
Alejandra Echeverri Jaramillo

Abogada especialista en valuación de activos y propiedad intelectual, Máster en propiedad intelectual, industrial, competencia y nuevas tecnologías

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